sobre nosotros

Hacemos teatro para juntarnos con gente que hace teatro, y cuando no hacemos teatro, nos marchitamos. Queremos suponer que cuando a otros se les priva de hacer teatro, de esa oportunidad de levantar un proyecto común, se les priva a la vez de los impactos con otros seres con las mismas necesidades, pasiones y vocaciones que nosotros.

Creemos en la necesidad de una habitación compartida. Y con este espíritu de experimentación, de crecimiento artístico, y dejando de lado cualquier consideración de índole administrativa o de producción para centrarnos exclusivamente en lo creativo, pusimos en marcha un Laboratorio con la obra de Chejov El jardín de los cerezos, como uno más de muchos otros materiales potencialmente escénicos. La idea era hacer un Chejov andaluz, un Chejov más cercano a nuestra historia reciente, situándolo a mediados de la década de los 80, y a partir de esa realidad compartida con los actores, desarrollar lo que nos servía, abandonar lo que nos era ajeno, e inventar lo que nos faltaba. 

Vinimos tan solo con nuestros cuerpos, el aval de amar y conocer nuestro trabajo, la convicción de tener cosas que contar en escena, y la necesidad de dar cuenta de hasta dónde hemos llegado (o podríamos llegar), sin que las condiciones de producción marcaran con el hierro de la precariedad nuestro impulso y vocación de teatro. 

Durante tres años estuvimos trabajado en este universo andaluz. No se trata de un universo importado desde la Rusia de principios del siglo pasado. En nuestros árboles hemos sacado nuestras propias quemaduras, y establecido férreos vínculos en los que se confunden y difuminan muchas veces los personajes y los actores. 

Nueve actores, y dos músicos en escena. Posiblemente, la primera precariedad no esté en nuestros recursos, sino grabada a fuego en nuestras cabezas. Deshagámonos de ella, a ver hasta dónde nos eleva quitar lastre.  


Los árboles, en muchos sentidos, funciona como una máquina del tiempo. Para la gente de mi generación, una parte muy definida de nuestra contemporaneidad proviene en gran medida de eventos y movimientos que tomaron su impulso en esa década de los 80. Mucho de lo cristalizado hoy, tiene su ayer en esta época. Quienes somos hoy parte de quienes fuimos entonces y las circunstancias que nos rodeaban. Todos en este montaje encontraron referentes propios o historias de fondo que reverberaron en esta obra a través de sus memorias, y nadie ha quedado a salvo de las alegrías y los dramas familiares que vivíamos en escena.

Vivimos la historia de esta familia como si fuera la nuestra, porque realmente lo era. Creamos una familia para vivir esta historia como la vive una familia, en toda su miseria y su gloria. Nos dejamos afectar, nos afectamos, porque es nuestra misma historia la que contamos. Y hemos crecido. Nos hemos adaptado cuando el proyecto nos lo demandaba, y la fe en la importancia del proyecto lo ha mantenido con vida y a flote, y finalmente pudimos compartirla con el público. Entiendo que la misma obra empezó a pedirlo un día y es por ello que se muestra y encuentra su espacio.

Confiábamos. Nuestro lugar surgiría del trabajo, y la obra pediría ocupar su sitio y discurso ante la polis. Siempre estuvimos a su servicio. Disponibles. Ya era hora de que nuevos ojos imaginasen la parte que le faltaba.